A los aficionados con muchos años de toros nos cuesta mucho trabajo admitir que los tiempos han cambiado y que la Fiesta ocupa un lugar menos importante en la vida de un país llamado España. Pero las cosas hay que admitirlas como son, mantenerlas lo mejor posible y buscarle la ubicación más adecuada a los tiempos que corren.
La Fiesta de los toros es uno más de los espectáculos que hoy tienen los españoles entre otras múltiples ofertas de ocio y entretenimiento. Y no hay que buscarle más vueltas ni rasgarse las vestiduras. La oferta ha cambiado, es inmensamente más amplia, son tiempos distintos y los toros tienen una parcela menor que hace cincuenta años en la vida cotidiana del país. Por si fuera poco, una educación cada vez más dirigida a la protección de los animales, ha conseguido que multitud de chavales ni se preocupen de conocer la corrida, porque desde su más tierna infancia les han inculcado que el sacrificio del toro en algo cruel e impropio de una civilización moderna.
El toreo debe competir contra otras ofertas y debe prepararse para ello, porque la mayoría de los espectáculos están permanentemente modificando su diseño, mejoran sus contenidos y se apoyan de la técnica más avanzada para resultar ser más atractivos. Lo hace el teatro, el cine, los juegos de ordenador, hasta el fútbol aprovecha la televisión para estar en primera línea y así podríamos seguir, sin olvidarnos de los medios audiovisuales que se convierten en armas sofisticadas para mantener enganchados a la mayor parte posible de clientes.
Ante esta avalancha, ¿qué hace la Fiesta para competir al mismo nivel? Porque ya el toreo no es el único espectáculo que se oferta, porque la corrida no se ha modernizado para captar nuevos adeptos que la consuman con asiduidad, porque el toreo sigue anclado en métodos y medios ancestrales y, para su desgracia, ha perdido vivacidad, dinamismo y grandiosidad. La corrida de estos días sólo interesa a los muy aficionados, salvando determinados festejos puntuales con espadas llamativos que llenan las plazas de forma ocasional, pero que en absoluto pueden ser el sostén de una actividad como es la tauromaquia. Veinte corridas de no hay billetes son muy importantes, pero no salvan a la Fiesta.
Y es que la corrida actual necesita cambios profundos para enganchar a nuevos entendidos. A vuela pluma, la corrida de toros debe dinamizarse, el toro debe ser más fiero, hay que buscar la forma de agilizar los contenidos, la emoción debe volver a ser la enseña que presida todo lo que acontece. En esta tarea deben empeñarse con diligencia y rapidez los empresarios (hay que bajar los precios de las entradas), los toreros (hay que buscar y exigir toros encastados), los ganaderos (que deben cambiar de forma radical el toro cansino y aburrido que nos abruma y arruina), la autoridad (que debe modificar algunos contenidos para agilizar los festejos), en fin, todos deben percatarse que el toreo es una oferta más de estos tiempos, que lo tiene complicado para volver a la primera línea y que tiene que cambiar profundamente para captar más seguidores.
No son los tiempos de Lagartijo y Frascuelo, menos los de Joselito y Belmonte, ni siquiera estamos en la postguerra de Manolete o en los tiempos maravillosos de Antonio Ordóñez, El Viti, Puerta, Romero y Camino. Estamos en las puertas de 2010 y el toreo necesita cuidados, mimos, muchas vitaminas, alguna imaginación, simplemente para ser uno más entre tantas posibilidades que existen en el panorama del ocio. La sangría de aficionados que desertan (probablemente porque no son tan aficionados) es muy grande. Insisto, no hay que rasgarse las vestiduras. La Fiesta nunca será lo que fue a comienzos del siglo XX, pero es algo grandioso que tenemos que poner en su sitio para mirar con desparpajo a cualquiera otra oferta lúdica. Pero si no cambia, la hecatombe puede ser fatal.
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