La corrida de San Miguel
celebrada en la Real
Maestranza el domingo 23 de septiembre ha pasado a la historia. Con la
serenidad que dan las horas pasadas es preciso hacer algunas reflexiones. Es
posible una fiesta de toros emocionante. Basta que haya toros y toreros, aserto
elemental que no siempre se cumple. En esta corrida salieron los de Cuvillo con
casta, sobre todo el primero, un toro de grandes emociones, hermano de aquél que no aprovechó Aparicio hace dos años, aunque los otros,
con dificultades, también son necesarios. Los de Juan Pedro, de presentación
menor, fueron otra cosa. La nobleza como único argumento ya no se justifica.
Estos espectáculos deben
celebrarse en grandes plazas. La Maestranza fue ayer, como debe ser siempre, la
primera plaza del mundo. Y así lo entendieron todos: toreros, ganaderos y
espectadores. Los toreros salieron a morir, porque no se puede decir otra cosa
de la forma que lo hizo Manzanares, dos portagayolas, varias cogidas, entrega
absoluta. Y Talavante se sumó con su valor, porque su amigo de competencia se
lo puso muy difícil.
La plaza fue un hervidero de
sensibilidad, algo que sólo se puede vivir en cosos como el sevillano. Hubo
euforia, pero no triunfalismo. El público se dejó llevar por lo que sucedía y
sólo podía embarcarse en el gozo del toreo eterno o del valor sublime.
De la corrida lidiada bajaron
algo los de Juan Pedro, pero los de Cuvillo eran toros serios. Y dentro de la
menor presentación, el cuarto, segundo de Manzanares, estaba anovillado. Pero,
en general, una corrida de toros más que aceptable.
¿Se trató de contrarrestar lo
de Nimes? Pues no estoy seguro. A toro pasado, es posible que los toreros,
sobre todo Manzanares, quisieran dejar claro que hay toreo más allá de José
Tomás. Para el aficionado, para los diez mil presentes, fue un día apasionante.
Y todo ello en el mejor marco del toreo, la Maestranza. Y ahí,
sin desmerecer al coliseo romano de Nimes, sí hay una gran diferencia. En este
sentido, si lo de Nimes fue histórico, lo de Sevilla también lo ha sido. Ese
detalle de la Maestranza, plaza de categoría especial, marca una diferencia.
Todos los que estaban en el coso sintieron una inmensa felicidad, al menos
todos los que estaban al alcance de mi vista. Hay vida más allá de Nimes y
Tomás. Un detalle nada desdeñable: los grandes toreros deben estar en las grandes plazas y ante las mejores
aficiones, por ejemplo en Sevilla.
El camino está claro. El
toreo está muy vivo. Sólo falta ofrecer emociones. Y eso llega de la mano de toros con
casta y de toreros entregados. Así se llenarán las plazas. Si además se bajan
los precios, esta maravillosa fiesta tiene el futuro asegurado.
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