Con la calma del tiempo pasado, bueno es reflexionar sobre asuntos polémicos de la temporada. Tal vez uno de los más inquietantes haya sido el caso de la presidenta de la plaza de El Puerto, Ana Alonso. Siempre digo lo mismo. Como la he defendido en muchas de sus decisiones, ahora puedo ejercer la crítica con libertad.
Hay que recordar los hechos. En la corrida del 7 de agosto de 2009 en El Puerto, la presidente sólo concedió una oreja a Morante tras una faena enorme de calidad, aunque no pudo matar al toro porque resultó cogido ya en los finales de la misma. La plaza estaba enardecida con tanto arte y se estremeció con la sangre del diestro. Todos querían las dos orejas, al menos el clamor en el coso así lo indicaba. La presidenta aplicó el Reglamento, consideró que para cortar dos orejas hay que matar al toro, y como tenía la potestad de hacerlo sólo concedió un trofeo (en la historia del toreo hay casos de concesiones de dos orejas en plazas de primera en situaciones parecidas). Dije en su momento que fue una decisión errónea, carente de sensibilidad y de respeto para el torero herido, al tiempo que no atendía a una petición unánime, aspecto que también debe ser tenido en cuenta para dar dos orejas, según el Reglamento. Decir ahora que no era masiva son ganas de confundir. La reacción fue clamorosa, ya en la plaza, ya en los medios de comunicación, que de forma mayoritaria opinaron que se había equivocado.
Dicho esto, hay que añadir varios datos más. Al día siguiente, conociendo Ana Alonso cómo estaba el ambiente, no tuvo mejor idea que llegar a la plaza por el callejón justo antes del paseíllo y dejándose ver con claridad meridiana. Debería haberse tapado. La bronca surgió espontánea del tendido de sombra, es decir de la zona donde se sitúan los mejor dotados económicamente y la mayoría de los abonados.
Pero hay más. Volvió al palco en la corrida del día 9 y cometió dos errores. El primero fue admitir que Victoriano Valencia, apoderado de Enrique Ponce, subiera al palco justo al comienzo de la corrida para hablar con ella. No tenía mayor importancia, sólo le pedía que permitiera que Ponce se marchara al finalizar la lidia de su segundo toro porque debía viajar a una plaza lejana. Eso se habla en otro sitio, porque la gente no tiene que conocer los entresijos de la corrida. Para colmo, en una interpretación personal, si bien ajustada a sus funciones, le concedió dos orejas a Ponce por una faenita infinitamente menor que la de Morante.
Resumiendo. Pecó de falta de sensibilidad al no dar dos orejas a Morante. Nunca debió pasear por el callejón al día siguiente. Si tenía que ir al burladero, debería haber llegado a la plaza media hora antes cuando casi nadie pudiera verla. Permitió que el apoderado de un torero subiera al palco y allí departió con él y le dio dos orejas a ese espada por una labor corriente y moliente, de mucha menos entidad que la de Morante. Muchos errores.
Hay que dejar constancia que la reacción del público contra Ana Alonso fue espontánea y sin ninguna manipulación. He llegado a leer que la bronca era el producto de una conspiración de la prensa sevillana. Menos mal que algunos de Cádiz también la criticaron. Qué más quisiéramos los informadores que poder influir de esa forma en el público. La catetez no tiene límites. Sin embargo, hay que dejar muy claro que no fueron de recibo algunas de las cosas que se dijeron en la plaza. El insulto y la vejación nunca están justificados. Y menos aún si esos insultos surgen entre los propios informadores. Después de estos hechos, se escribieron líneas lamentables. Algunos informadores, como vulgares energúmenos, insultaron a la señora Alonso en el mismo palco de prensa de forma muy desagradable. Eso es condenable. No es momento de dar nombres. Los textos pueden ser consultados.
A raíz de ahí se produjeron contestaciones variadas. Me hace gracia la de la Peña de José Luis Galloso apoyando el criterio acertado de la presidenta. Es fácil decirlo a toro pasado. En la plaza no parecía haber nadie a favor de su decisión. Ese comunicado de la peña se ceba en un solo crítico, pero hubo más de uno que se pasó de la raya. Algún crítico de la zona también ha manifestado el acierto al conceder un solo trofeo, pero no conozco su opinión sobre las dos de Ponce.
El grupo de equipos gubernativos de El Puerto emitió una nota en su día para defender a Ana Alonso. Es lógico por pura solidaridad corporativa. Incluso es lógico porque así debe ser su pensamiento. Ana Alonso sufrió ataques despiadados y una cosa es el juicio taurino y otro llegar a la intromisión en temas personales. Estoy convencido que los ataques sufridos no tienen nada que ver con su condición femenina.
Para finalizar, hay que recapitular. Es mi opinión. Ana Alonso ha dejado pruebas reiteradas de su interés por mantener alto el prestigio de la plaza de El Puerto. El día de Morante se equivocó de forma evidente. También se equivocó en los dos festejos siguientes como ya ha quedado apuntado. Los insultos del tendido y de algunos informadores, perfectamente localizados, son condenables. La defensa de los equipos gubernativos es normal y hasta lógica. La defensa que han hecho algunos colectivos es menos razonable, igual que la que han manifestado algunos informadores, siempre a posteriori (me hubiera gustado conocer sus opiniones en caliente).
Creo que el asunto debe darse por finiquitado y, por mi parte, mantengo la esperanza sobre sus futuras actuaciones en el palco de la Plaza Real de El Puerto, donde antes había dado numerosas pruebas de su firmeza y ganas de hacer bien las cosas.