30 diciembre, 2018

Navidad en el campo



Foto: La Luz del Momte

Antonio, el vaquero de la ganadería, se levantó temprano como siempre. Ese día era uno más, aunque era especial. Era el día de Navidad. Se había acostado más tarde porque la cena familiar en el pueblo se había alargado. Pero allí estaba montado en el caballo cuando aún el sol no había roto la telaraña de la bruma matinal y una tímida niebla ocupaba el horizonte de las encinas de la dehesa. La humedad de los terrenos le obligó a no forzar al caballo. Tenía previsto dar su paseo diario para revisar el ganado, pero algo le obsesionaba. Era más que probable que su vaca preferida, Preciosa, hubiera parido. Y debí confirmarlo. Era su primer parto. Y, buen conocedor de los recovecos de la finca, se fue al lugar que las vacas elegían para sus partos.

Por el camino, Antonio pensó en muchas cosas. Sobre todo, pensó en los problemas de la sociedad española que le asombraban cuando podía ver algún informativo en la televisión. En la Nochebuena pasada se había hablado del suceso tremendo de esa joven de Zamora que fue a encontrar la muerte en una aldea de Huelva. Algo por dentro le corroía. Pensó que Dios, ese que había nacido esa noche, no debería permitir esas cosas. Y clamó a Dios para que se hiciera presente en la Tierra para que los que como él tenían dudas se reafirmaran en su existencia.

Así caminaba por los senderos cuando llegó a la zona escondida de matorrales donde estaba seguro que Preciosa había parido. Era su vaca preferida. Recordó su nacimiento, su belleza rematada, el día que fue tentada y su comportamiento bravo con el caballo y la muleta. Así pudo ser cubierta más tarde por Encendido, el semental más preciado. Antonio la había vigilado todo el tiempo en el que estuvo preñada. Y había llegado el día, porque ya debía haber parido.

La encontró en el sitio previsto. Un becerrillo tambaleante quería incorporarse mientras la vaca le lamía sus carnes. Preciosa observó al vaquero y éste adivinó una especie de mirada agradecida. Antonio se sintió trastornado. El milagro de la vida se había hecho presente de nuevo en la Nochebuena. Era verdad. Dios existía y estaba de forma permanente en nuestras vidas. Se hacía presente en las cosas de más enjundia y en las más pequeñas. Aliviado, dejó a la vaca con su precioso becerro. La naturaleza le había abierto los ojos el día de Navidad. Y siguió su camino buscando la existencia de Dios en cada rincón de la dehesa.

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11 diciembre, 2018

García Palacios



La inmensa pena que siento por la muerte de José Luis García Palacios solo se mitiga por el gozo de haberlo conocido. José Luis era, en el sentido machadiano de la palabra, un hombre bueno. De tanto llevar por bandera la sonrisa, ese rictus se había quedado ya para siempre marcado en su rostro. Tenía ese don de la amabilidad tranquila que adorna a los elegidos. Su talante era de concordia permanente. Para todos tenía la palabra oportuna en cada momento. Era un bálsamo de paz y sosiego. En esta hora de su adiós para siempre no hay calificativos que definan a quien fue siempre todo un señor.

Con su porte elegante y distinguido era como un patricio romano. El pelo encanecido le había otorgado el grado de venerable. Adelantaba su mano en señal de una cordialidad ya casi desaparecida. Había logrado quitarse ataduras y aparecía como un pájaro libre para opinar de lo divino y lo humano. De esta forma rompía los esquemas en los actos que presentaba, que afrontaba de manera distendida, sin guion previo, fiel a sus ideas y a sus recuerdos. 

Eran recuerdos de una vida intensa de trabajo para los demás desde su rango de empresario. Trabajó con denuedo por los hombres del campo y logró cotas de bienestar insospechados para quienes se enfrentan cada día a la incertidumbre de la cosecha. Fue un ejemplo de triunfador sin mácula, pero sobre todo su mayor éxito fue que tuvo el respeto y la admiración de todos.

Fue un onubense que siempre llevó a gala a su tierra por todos los rincones del mundo. Nunca se cayó Huelva de sus labios. Y fue, por eso escribo estas líneas, un hombre del toro. Ahí estaba fiel a su barrera de La Merced o a su tendido en Sevilla. Ahí queda su denuedo por la ganadería de Concha y Sierra. Y ahí está Albarreal, los toros que pastan en la Dehesa Juan Esteban, como ejemplo de su constancia ganadera. Fue un mecenas para todos los artistas. Creó los premios taurinos de Caja Rural, ahora denominados como Pepe Luis Vázquez en homenaje al gran torero sevillano, y auspició la publicación anual del libro Maestranza de Sevilla. Fue un gran mecenas taurino.

En  la tristeza que me ahoga quiero recordarlo cuando presumía de su parecido con Pepe Luis Vázquez, con el que alguna vez lo habían confundido. Y lo contaba como un niño chico feliz y contento. En esta desolación que supone  la muerte, solo nos queda el alivio de su ejemplo. Gracias por todo José Luis.

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Cuando esto se acabe

La frase más repetida, la que sale de lo más profundo de nuestros corazones es, “cuando esto se acabe”. ¿Cómo será ese día de la vu...