Todo estaba preparado para una tarde inolvidable, siempre
con el permiso del toro. La llegada de José Tomás movilizó a los aficionados y
a los curiosos. Desde el Rey Emérito al
más humilde aficionado, todos se citaron en la plaza de Jerez, que se colapsó
ante la llegada del fenómeno. La corrida de Cuvillo fue ideal para la ocasión. Baja de hechuras, cómoda de cabeza, la
mayoría de los toros se dejaron torear
en distinto grado. Solo el quinto desentonó. No pasó nada. A Tomás había que
verlo con uno muy bueno y con otro
vulgar.
Esta expectación necesita una justificación en el ruedo.
Tomás se presentó en Jerez como lo hace un torero de cuerpo entero, en perfecto
estado físico y torero. Su faena al excelente Lanudo lidiado en segundo lugar
fue un compendio de toreo. La quietud de las plantas, asentadas en el albero en
todos los momentos de la lidia; la templanza en las telas, milimétrica; la
colocación ante el toro, siempre en el sitio justo; el ajuste inverosímil de
sus muletazos, verdaderamente de asombro; todo fue de impacto.
Estatuarios en el centro, toreo con la derecha de calidad y
naturales tremendos, en los que llevó con una lentitud clamorosa al buen toro de Cuvillo prendido en su embestida
hasta más allá de lo posible. Los faroles precedían a los de pecho, completos,
pases de pecho de verdad. Todo fue de sensación, la plaza estaba conmovida ante
una demostración del mejor toreo del espada de Galapagar. Si a ello se le suma la solemnidad del
diestro, esa forma de andar ante el toro en la que lo domina y lo respeta, se
puede entender el estremecimiento de los tendidos ante una obra cumbre de
principio a fin. No hay lugar a discusiones, lo de Tomás es otra cosa.
A la tarde le quedaba ver al torero con el toro malo. Fue el
quinto, carita alta, desentendido de las suertes, de malos remates, con el que
se puso delante para limarle, pase a pase, los problemas. Con la izquierda fue
sometiendo con los vuelos de la muleta al toro, ganando un paso porque era el
sitio y la distancia del animal, de forma que también con este menos agradable
dejó la huella de su toreo. Tomás está puesto y dispuesto.
La corrida tuvo el momento dramático del primer toro, cuando
Padilla fue cogido al poner banderillas. Resultó conmocionado con un golpe en
la cabeza. Salió mermado para lidiarlo con toda la voluntad del mundo.
El cuarto fue un buen toro. Padilla, que jugaba en casa,
salió a por todas. Era necesario triunfar ante su gente en una tarde tan
especial. Lo puso todo dentro de su estilo torero. Lo recibió con una larga en
tercio, puso banderillas y comenzó con derechazos de rodillas que encendieron
al público. Logró el triunfo para irse con sus compañeros en volandas.
Manzanares toreó a placer al extraordinario toro tercero.
Fue el torero que ahora aparece por las plazas, tan estético y tan distante. No
es fácil ponerse a torear después de José Tomás. Lo mejor, una tanda final más
reunida. La estocada recibiendo le dio las dos orejas.
El sexto fue otro gran toro de Cuvillo, al menos por la
forma de meter abajo la cara. Manzanares subió su nivel con la derecha ante
tanta calidad. Con la izquierda se vio mucho al toro y las tandas fueron
breves. La gente ya estaba borracha de toreo y Manzanares se puso a descabellar
sin tino.
Con la lluvia por testigo, con el viento fresco presente, la
plaza asistió ensimismada a la demostración pletórica de Tomás. Sobre todo, la
izquierda, tan maravillosa en el segundo como dominadora en el quinto. Algo
sobrenatural. Así se vuelve a plazas.
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