La inmensa pena que siento por la muerte de José Luis García
Palacios solo se mitiga por el gozo de haberlo conocido. José Luis era, en el
sentido machadiano de la palabra, un hombre bueno. De tanto llevar por bandera
la sonrisa, ese rictus se había quedado ya para siempre marcado en su rostro.
Tenía ese don de la amabilidad tranquila que adorna a los elegidos. Su talante
era de concordia permanente. Para todos tenía la palabra oportuna en cada momento.
Era un bálsamo de paz y sosiego. En esta hora de su adiós para siempre no hay
calificativos que definan a quien fue siempre todo un señor.
Con su porte elegante y distinguido era como un patricio
romano. El pelo encanecido le había otorgado el grado de venerable. Adelantaba
su mano en señal de una cordialidad ya casi desaparecida. Había logrado
quitarse ataduras y aparecía como un pájaro libre para opinar de lo divino y lo
humano. De esta forma rompía los esquemas en los actos que presentaba, que
afrontaba de manera distendida, sin guion previo, fiel a sus ideas y a sus
recuerdos.
Eran recuerdos de una vida intensa de trabajo para los demás
desde su rango de empresario. Trabajó con denuedo por los hombres del campo y
logró cotas de bienestar insospechados para quienes se enfrentan cada día a la
incertidumbre de la cosecha. Fue un ejemplo de triunfador sin mácula, pero
sobre todo su mayor éxito fue que tuvo el respeto y la admiración de todos.
Fue un onubense que siempre llevó a gala a su tierra por
todos los rincones del mundo. Nunca se cayó Huelva de sus labios. Y fue, por
eso escribo estas líneas, un hombre del toro. Ahí estaba fiel a su barrera de
La Merced o a su tendido en Sevilla. Ahí queda su denuedo por la ganadería de
Concha y Sierra. Y ahí está Albarreal, los toros que pastan en la Dehesa Juan
Esteban, como ejemplo de su constancia ganadera. Fue un mecenas para todos los
artistas. Creó los premios taurinos de Caja Rural, ahora denominados como Pepe Luis
Vázquez en homenaje al gran torero sevillano, y auspició la publicación anual del libro Maestranza de Sevilla. Fue un gran mecenas taurino.
En la tristeza que me
ahoga quiero recordarlo cuando presumía de su parecido con Pepe Luis Vázquez,
con el que alguna vez lo habían confundido. Y lo contaba como un niño chico
feliz y contento. En esta desolación que supone
la muerte, solo nos queda el alivio de su ejemplo. Gracias por todo José
Luis.
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