De las dos corridas de San Miguel, la primera queda
etiquetada para siempre como mala y la segunda como buena. Y es verdad que en
la primera pasaron pocas cosas, mientras que la del domingo fue una corrida
plena de matices, de esas que se recuerdan mucho tiempo y que en el argot se
dice que son de las que hacen afición. Y todo esto es así porque el toro es
quien ordena el toreo.
El ganado de Alcurrucén del sábado fue manso y deslucido,
con esa salvedad de Clarinete, el
tercero de la tarde. Con semejantes toros, ni Morante ni Paco Ureña pudieron
lograr nada lucido. En el caso de Morante siempre es más llamativo y noticiable
que no pase nada. De Morante se espera siempre lo sublime. He dicho muchas
veces que Morante en plan voluntarioso no es Morante. El lote de Paco Ureña fue
de nulas posibilidades.
Quedó patente el progreso y la solvencia de Javier Jiménez,
renacido este año y llamado a meterse en carteles de fuste en la temporada
próxima. Tiene un toreo inteligente, ahí recuerda mucho a la gran figura de
Espartinas, de nombre Juan Antonio. Pero se le nota su aprendizaje con Peralta,
que fue un torero de buen gusto, de manera que este Javier le imprime a su
toreo una elegancia llamativa.
Dos toros de Olga Jiménez fueron enormes para la muleta en
la del domingo. Y se encontraron a dos toreros enormes. No hay toro sin torero
ni viceversa. El que abrió plaza y el quinto, muy en la línea de Garcigrande,
fueron ese tipo de toro repetidor y fijo que, con un punto de mansedumbre,
permiten hacer el toreo bueno. Los toreros enormes fueron Castella y
Manzanares.
Castella no ha logrado salir por la Puerta del Príncipe en
sus veintiséis tardes en Sevilla. Y ha estado a punto alguna vez, como cuando
desorejó a un toro de Zalduendo en 2006. Este San Miguel lo ha tenido en sus
manos. Le cortó las dos orejas a un toro bueno y se fajó con el cornalón de
Sampedro para intentar ligar la otra oreja que le permitiera abrir la puerta de
la gloria. La espada le privó del premio.
Manzanares sí conoce el sabor de contemplar Triana desde la
orilla de Sevilla. En este San Miguel ha completado su temporada. El toro de
Olga lidiado como quinto, un animal de una capacidad para humillar casi
inverosímil, le he posibilitado hacer una de las mejores faenas de su vida en
la Maestranza, lo que en este torero ya es mucho decir. Baste apuntar que no se
pude torear más despacio. Ahí quedan los dos cambios de manos eternos.
Para López Simón quedó el vino amargo de toros con mínimas
posibilidades. Sin embargo, el sitio y el valor del madrileño le pudieron al de
Sampedro y al basto de García Jiménez que cerró la tarde.
Así ha sido San Miguel. Mejor incluso que otros años. Y la
plaza casi llena las dos tardes. Está claro que hay que organizar carteles
atractivos y la gente responde. Como marco, la Maestranza de Sevilla en
septiembre, es decir, la maravilla única de una luz sin igual en el mundo.
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